El Lolita y yo

Probablemente sabes qué es el lolita y quizás también sepas que llevo algunos años vistiéndolo. Lo que no te imaginas es lo importante que resultó ser para mí vestir de esta manera, que se les antoja tan estrafalaria a tantos.

La primera vez que tuve contacto con el Lolita tenía unos 15 años. Estaba empezando la educación media (o secundaria para el resto de hispanohablantes) y era muy adepta al animé, manga y en general, a la cultura japonesa; así que no me perdía cuanto evento japonés hubiera. En uno de estos eventos vi a una chica con un vestido pomposo de cuadrillé celeste. Vestía blusa, calcetines, accesorios y zapatos tan delicados que no pude evitar dejar de mirarla. Mi memoria visual es muy buena, ¡la recuerdo como si fuera ayer!

La semana siguiente encuentro a esta chica en mi colegio. Cata resultó ir un año por debajo del mío. La vi en el pasillo y le pregunté por el cosplay que llevaba puesto en ese evento, pero fui corregida: era un estilo de vestir nacido en el barrio de Harajuku, Tokyo. Y se llamaba Lolita.

Desde que supe cómo se llamaba no dejé de investigar sobre el estilo en internet, llegando a coleccionar cuanta imagen encontrara. Al mismo tiempo, estaba empapándome de la cultura japonesa escuchando su música. Así fue como llegué a Malice Mizer, y el estilo tan de doncella del siglo XIX de Mana terminó por convercerme ¡yo también quería vestirme así!

Antes de seguir, quiero explicar que desde pequeña era femenina, sin embargo, al principio de la adolescencia los cambios que fue experimentando mi cuerpo fueron desagradables y chocantes para mí. Entré en una fase de negación de mi propia femineidad. Me corté el cabello cortísimo, no volví a ponerme faldas, vestidos o usar el color rosado durante años. Conocer el lolita en mi adolescencia fue reconectarme conmigo misma y con mi escencia de mujer.

Cuando entré a la universidad me decicí a comprar ropa lolita por primera vez. Intenté acercarme al grupo lolita de mi ciudad, sin embargo, noté que ya no las veía en los eventos de cultura japonesa. La escena estaba agonizando y yo sólo quería vivir el estilo con alguien más que entendiera cómo te sientes cuando te vistes con tus ropas de batalla.

Mi primer intento de coord fue completamente artesanal e ita por el desconocimiento de la calidad que debe tener la ropa y cómo coordinar. Conocí a una chica que perteneció al grupo lolita de la ciudad en los años anteriores de mayor actividad. Con ella aprendí que el lolita también tiene su lado malo, lleno de peleas y pelambre. Realmente yo no creo que sea inherente al estilo. Más bien, creo que cuando hay un grupo de personas siempre habrán diferencias y va en nuestra propia madurez y personalidad cómo afrontar los problemas y malentendidos. Así pues, finalmente el grupo de mi ciudad se desintegró y me desanimé. Si no tenía a nadie que me entendiera, no quería estar sola en ese barco. Vendí prácticamente todo lo que tenía (que no era mucho) y me olvidé del lolita.

Aproximadamente cuatro años después, quien resulta ser actualmente mi esposo me convenció para volver al estilo. En nuestra primera navidad juntos me regaló mi primer par de zapatos lolita desde el largo hiatus. Todavía los conservo y uso. Este fue mi punto de no retorno: fui lentamente armando mi closet lolitil, probando y experimientando como nunca lo había hecho antes con mi ropa. Sentía que era más yo cuando vestía ropa lolita que cuando vestía ropa de civil. Nunca usé esta ropa de forma diaria ya que mis actividades universitarias no me lo permitían, pero esto lo hacía tanto más especial pues vestirlo en ocasiones puntuales me permitía darle más valor a mi ropa y a las experiencias que tenía usándola.

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Durante este tiempo, conocí a cuatro chicas que habían sido parte del grupo, quienes se convirtieron en mis amigas. Luego todo fue en escala. De repente me vi a mí misma haciendo un grupo nuevo de chicas que querían salir y compatartir con otras vestidas de lolita. Fui reclutando gente que quería conocer más del estilo, organizaba todas las actividades y juntas, y por supuesto hice muchas más amigas.

Para este punto en mi vida, estaba volcada en hacer una diferencia social con mi voluntariado en diferentes organizaciones y administrar la emergente comunidad lolita de mi ciudad y en revivir los estilos Harajuku.

Me fui a vivir a la capital por seis meses y fui ampliando mis amistades a lolitas de otras ciudades. Volví a mi ciudad por un año para volver a mudarme con mi esposo, pero esta vez a Canadá.

Las amigas más cercanas que tengo son las chicas de mi comunidad lolita.

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